Caminando con mis maestros espirituales
- Santiago de Bacata
- 16 oct 2024
- 7 Min. de lectura
Agarras al Buddha, pasas por Bachué, atiendes a Shiva y llegas a Jesús
Hace alrededor de dos años, trabajaba para el Banco Mundial. Había pasado por otros organismos internacionales y el Ministerio de Finanzas de mi país, con una carrera profesional sin límites, llena de triunfos y conquistas. Y aunque siempre lo he tenido todo, empezaba a crecer en mí un vacío que me hacía volcarme a mis adentros.
Sucede en algunos buscadores espirituales que, al ordenar su mundo externo a entera complacencia, el mundo interno arroja pulsiones inexorables, imposibles de olvidar. Pude obviar la sensación con alcohol o alguna otra distracción y culpar a mi marchita adolescencia. Pero mis experiencias previas me hicieron entender que ese no era el camino. Escogí hacerme cargo y tomarlo como el primer reto de mi adultez, impulsado, desde luego, por esa sensación de amor que alguna vez percibí en los ojos de los que crecieron a mi alrededor; soy el mayor de una banda de 12 primos.
Caminos paralelos que se cruzan
En medio de esa sensación, me embarqué en un viaje a Estados Unidos. Quería apoyar a unos primos menores cuyos padres estaban pasando por un proceso de divorcio. Mi idea era recomponer lo roto, usar algo de mi autoridad para demostrar lo simple que es el amor y construir algo de familia.
Aunque sonaba fácil y de buena voluntad, mi vanidad ya pasaba factura, pues tener todo a mi disposición empezaba a tomar un matiz insípido y cada vez más gris. Así que, de forma paralela, había comenzado la búsqueda de un guía o Gurú que me inspirara. No quería nada parecido a lo que ya había tenido en términos espirituales.

La vacuidad me llegó a los 15 años, guiado por el inquebrantable Siddhartha. Durante el resto de mi adolescencia exploré la sabiduría indígena de mi país, probando “plantas de los
dioses” como la hoja de coca, rapé, y viviendo experiencias que otros catalogarían como salvajes. Sin embargo, estas vivencias contienen los principios activos necesarios para descubrir los mismos mensajes que desde Oriente han sido pregonados con vehemencia, verdades que se mantienen como diamantes, sin importar el paso del tiempo.
Mi última relación de pareja me había traído la voz de Sadghuru, un místico indio que parecía irrefutable. Cada vez que me sentaba a oírlo, sus palabras resonaban armoniosas en mi cabeza y resolvían algo dentro de mí que aún no sabía cómo nombrar. Al principio, incrédulo, debo confesar, intentaba buscarle algún defecto, pero aquella acción solo me traía, una y otra vez, a observarme a mí mismo.
Me fui viajando con el ansia de asistir a alguna charla del personaje. Sin darle mayor importancia, en mi mente comenzaba a gestarse la posibilidad de ir a la India, después de todo, es el mayor centro espiritual del mundo.
Ya estaba: iría a Estados Unidos, atendería mis asuntos familiares, ofrecería a los niños una tregua en medio del "tiroteo" del divorcio, mostrándoles otras posibilidades: escalar, caminar, cocinar, e imprimirles un poco la forma en la que considero se vive mejor. Yo mismo atravesé una separación a los 14 años; la armoniosa guía de mi padre en aquella situación me hizo sentir en deuda con los que me seguían. Por lo que me ofrecí para sacar a mis primos de la pereza y los hábitos poco provechosos.
Luego, resueltos los asuntos familiares, cogería otro pasaje a Oriente. Estaba decidido. Bajé del avión y puse mi primer pie en la Florida. Compartí gran parte de mi tiempo en aquel estado con un pequeño Buddha. Por primera vez, sentí que mis palabras y acciones ofrecían una vía de escape, un respiro necesario ante la monotonía que lo envolvía. Aquella mente me lo había entregado todo; disfrutaba de mi ser sin más: jugar, hablar y reír ya no solo era una dicha, sino una responsabilidad. Sin duda, algo había cambiado, no solo en mí, sino en todo lo que me rodeaba.
Al cabo de unos días, ingresé a mi computador dispuesto a materializar el resto de mi viaje. Iría a Pensilvania a visitar a un viejo amigo, luego a Connecticut, donde terminaría de resolver el asunto familiar y, por último, lo entregaría todo en la India. Mientras gestionaba el itinerario, resolví poner un vídeo de Sadghuru. Hablaba sobre la responsabilidad, y su peculiar forma de explicar las cosas me hizo sentir que una parte importante de mi vida estaba por suceder y debía afrontarla.
Resolviendo todo ello, al acabar el vídeo, apareció un anuncio inesperado: Sadghuru venía a Atlanta para enseñar por última vez, de manera presencial, una técnica de meditación. La sensación es difícil de describir con palabras; puedo decir que una rara vibración invadió mi cuerpo y, de alguna forma, la tenue campanilla de la cordura se postraba ante mí. Planeaba visitar la India, pero La India vino a mí.
Desde luego, reacomodé mi itinerario. Luego de visitar a mi amigo y pasar un rato agradable, dejé en aquel estado mis últimas gotas de inconsciencia. Listo para el retiro y la llegada del Gurú, afronté el primer día. Luego de un buen discurso, imbuido de prácticas aplicables a la vida y lleno de aquella sabiduría ancestral que todos hemos escuchado alguna vez (y que en ocasiones forzamos a olvidar por alguna vana excusa), nos dispusimos a la práctica del yoga.
Los últimos dos días, cuando la práctica fue revelada, te das cuenta de que hay algo más: no eres tu cuerpo, no eres tu mente. De pronto, sentí que algo se desbloqueó en mi pecho. Fue la hora de aceptar que estaba en presencia de alguien extraordinario, que llevaba unos buenos pasos más por el camino que yo buscaba: el camino de la divinidad.
Mi cuerpo se llenó de un éxtasis indescriptible, y mis ojos estallaron en lágrimas. Decidí mantenerlo conmigo, pues lograr aquel estado sin nada más que respiración tomó a mi mente por sorpresa.
Un encuentro con la Paz
Salí rumbo a mi próximo destino. Sin embargo, al cruzar la puerta, me topé con mi compañera de puesto. Alguna coincidencia hizo que compartiéramos gran parte de las sesiones. Pasé un poco más de una semana conociendo la ciudad. En aquel corto tiempo, me encontré con varios mensajes alusivos al Cristo. "Jesus is coming", leía en mis impredecibles caminatas entre el bosque. Con la percepción abierta, aquellas frases me llevaron directamente a mi infancia, que pasé en un colegio católico.
La historia se repetía de nuevo… ¿Cómo es posible que la figura de Cristo haya sido implantada en un continente entero a la fuerza, con violencia? Algo muy retorcido pasaba por la entonces mente de los colonos para ir hablando del maestro del amor, mostrando una cruz y, al mismo tiempo, darse al ruedo del sinfín de violaciones y masacres. En mi escuela nos obligaban a rezar cada mañana, a mantener un estándar de “pureza” por alguien que solo habíamos visto en pinturas. Y mientras mantenían sus formas de sacralidad y devoción, veía a profesores sobrepasarse con alumnas o al responsable de ética y catequesis hacerlo con estudiantes.
Parecía que había encontrado algo en mi mente que no armonizaba, un maestro espiritual que no comprendía: ‘El Cristo’.

En fin, pensé: si no lo resuelvo ahora, no podré pasar todo ese revoltijo a mi familia ni a quienes, de alguna manera, han depositado su fe en mí. Pues bien, ahora tenía las herramientas para adentrarme en mi ser. Me hospedé en un hostal bellísimo, cerca del centro de Atlanta. Tenían un bosque privado y una huerta urbana; se veía como el lugar indicado. Me senté acompañado de las técnicas de meditación que había aprendido, con la firme determinación de no levantarme hasta resolver mis contradicciones internas.
Luego de la primera noche, sentí algo de hambre, pero la sensación de paz interna era superior. Al caer la tarde del segundo día, sostenido en mi mente por todo el amor de mis abuelas, tías y madre, y, claro, con la voz de un padre que me daba la confianza para no temerle a nada, me entregué a la sensación. El cuerpo vibraba al son de las abejas y la mente estallaba en luz. En mi experiencia, atestiguaría ver mi sol alumbrar ante mis narices y un par de lunas responder a mis suspiros.
Luego, sentí una luz tenue y amorosa, una cálida sensación en el corazón que invadía todo mi cuerpo y me llevaba a acercarme al Sol. De repente, sentí el compromiso de transmitir lo que experimentaba, de enseñar que hemos venido perfectos e íntegros al mundo para vivir una experiencia como mejor nos plazca, e impregnar un poco de ese amor en quienes me rodean.
Abrí los ojos y vi que algunas personas a mi alrededor me observaban con curiosidad. Habían pasado cuatro días desde que me senté, según dijo uno de los residentes del lugar. Noté que empezaron a construir cabinas para yoga y meditación, además de la inquietante mirada de algunos, como si dentro de mí habitara algo increíble.
Pues bien, había hecho las paces con el Cristo. Tenía suficiente amor en mi corazón para dedicarme a mi familia. Y así es.
Claridad
La claridad que me brindó el programa me permitió discernir lo que debía hacer en cada situación difícil: poner límites a lo que consideraba perjudicial y dejar florecer el ingenio que percibía a mi alrededor. La práctica te hace ver las cosas tal y como son, pero ello acarrea una responsabilidad. Al final, tu expresión se vuelve certera, lo que puede incomodar a algunos. Pero si haces lo que debes hacer con la mejor voluntad en tu corazón, el universo responde y premia con creces.
Pocas veces valoramos el paso de la gente y su huella en cada uno de nosotros. A medida que avanzas en el camino espiritual, entiendes que hay personajes que han superado su yo y están dispuestos a entregar su vida por nuestro bienestar. Además, te enteras de que llevan vidas trabajando en ello.

Hoy, desde Colombia, puedo decir que gracias al programa de Ingeniería Interior de Sadhguru soy más consciente de mis capacidades y de lo que quiero expandir al mundo. He dejado atrás la búsqueda de placeres superficiales como el dinero o el sexo, y he encontrado belleza en los detalles más pequeños de la vida. Y aunque todo sigue estando a mi entera disposición, la pulsión ya no se trata de mí, sino de cómo afrontar cada día y construir un mundo mejor. Sueño con que cada ser humano tenga la posibilidad de descansar su voluntad en el infinito de selvas y mares de este bello paraíso. Un gran paso para esa conciencia es que todos tengan acceso a este tipo de herramientas que nos permiten enfocar nuestra fuerza y placidez en la construcción de una humanidad consciente.
¡Una bendición para todos esos maestros que han dispuesto su voluntad por nuestro bienestar!
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